jueves, 12 de mayo de 2016

La ilusión del cambio. Otra oportunidad.


Nada va a seguir siendo igual en la configuración del mapa político español. Los viejos partidos del bipartidismo van perdiendo fuelle. Y lo peor es que no parecen muy dispuestos a la autocrítica, al análisis de los errores cometidos y a corregir mirando más a la gente de la calle. Una buena parte de la población ya no traga con los argumentos de lo políticamente correcto, lo políticamente posible, lo necesario de los sacrificios (para algunos), etc.
 La gente  a lo que aspira mayoritariamente, es a cosas  tan sencillas y pragmáticas,  como tener un trabajo con el que poder vivir razonablemente bien, sin agobios y sin tener que aguantar arbitrariedades de sus jefes, poder disfrutar de  un estado de bienestar que garantice la salud, la enseñanza y una protección social suficiente para cuando vengan mal dadas. Quiere que se despejen muchas incertidumbres de futuro para ellos y sus hijos. Desea la certeza de que sus impuestos, los que salen dolorosamente de sus bolsillos y que no son pocos para la gente de a pié, sean gestionados con eficiencia y que no se vayan a calderadas por los muchos sumideros de la corrupción. Les gustaría que la ley del embudo, lo ancho para unos y lo estrechos para otros,  se cambiara o al menos que se matizara algo.
Hay mucha gente cabreada, con aspiraciones nada revolucionarias, muy razonables, y que siente que la política tal y como hasta ahora se venía desarrollando, es incapaz de cubrir aspiraciones tan modestas y realizables.
 Y mira por donde, hemos tenido la suerte, la enorme suerte, de que el cabreo y frustración que se ha generado, ha encontrado cauces en propuestas políticas nuevas que todavía mantienen vivas ciertas expectativas. La apertura de nuevos canales democráticos por los que circulen las aspiraciones populares, que en caso de no existir, podrían discurrir hacia la abstención o, peor, a opciones autoritarias cuando no puramente fascistas, no debería generar malestar a los demócratas.
 El Partido Popular y el PSOE, en lugar de mosquearse tanto y cargar despiadadamente sobre sus nuevos competidores, deberían asomarse al espejo con una mirada crítica,   y plantearse acometer cambios profundos en sus propuestas y en su forma de hacer… si son capaces y están a tiempo de hacerlo.
La convergencia de Podemos e IU puede generar un revulsivo ilusionante, puede consolidar voto, arrancar participación desde la abstención, y atraer votantes decepcionados de otras opciones, o que simplemente están ya hasta el gorro y quieren impulsar más velocidad al cambio. Si eso sucede, la convergencia no debería olvidar que las razones para apoyarles pueden ser tantas y tan variadas como votantes consigan sumar… y que en gran medida pueden ser votos prestados, diversos e incluso contradictorios en su motivación,  que deberán cuidar y no defraudar.
Por otra parte el PSOE se encuentra en una encrucijada difícil; se encuentra en el riesgo cierto de ser sobrepasado por la nueva alianza de las izquierdas. Si esto es así las posibilidades de una caída en picado, que empeore todavía más la situación, son altas. Esperemos que no se sumen a la vieja consigna, hace tiempo en desuso,  del fantasma del comunismo, ahora resucitada por la vieja y nueva derecha.  La cagarían. Porque los tiempos también están cambiando en eso. Solo algunos pocos fanáticos pueden percibir al “comunismo” como una amenaza real para sus existencias e intereses.

 Ojo, atención, el político más valorado de este país, el joven Garzón, no esconde su condición de comunista… es más la exhibe con orgullo. Y eso, a mi, no me parece mal, entre otras cosas por significar un mayor grado de madurez democrática.

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